
Frases célebres de Tito Livio
Frases célebres de Tito Livio
Obviamente, lo que ya sucedió, puede lamentarse, pero no rehacerse.
Cualquier esfuerzo resulta ligero con el hábito.
Sólo sentimos los males públicos cuando afectan a nuestros intereses particulares.
Nosotros no podemos soportar nuestros vicios ni sus remedios.
El ocio en la abundancia se desordena la razón.
Cuando la situación es adversa y la esperanza poca, las determinaciones drásticas son las más seguras.
La necesidad es la última arma y la más terrible.
Ningún favor produce una gratitud menos permanente que el don de la libertad, especialmente entre aquellos pueblos que están dispuestos a hacer mal uso de ella.
El sol no se ha puesto aún por última vez.
El miedo está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo que son.
No des la felicidad de muchos años por el riesgo de una hora.
Permanece armado y alerta, a fin de que no se te pase tu oportunidad, ni se la ofrezcas a tu adversario.
En un pueblo libre es más poderoso el imperio de la ley que el de los hombres.
Casi siempre sucede que la parte mayor vence a la mejor.
No hay cosa que no acometan los hombres, si a los que emprenden grandes empresas se les proponen grandes premios.
Mejor cosa y más segura es una paz cierta, que una victoria esperada. Una está en tus manos; la otra, en la de los dioses.
Para un buen general, la muerte no tiene importancia.
En la guerra más que en ningún otro caso, los acontecimientos no corresponden a las esperanzas.
Los buenos no dejan de hacer bien a los ingratos.
Por los hechos, no por las palabras, se han de apreciar los amigos.
Ninguna ley puede contentar a todos.
Los hombres son más sensibles al dolor que a los placeres.
Olvidemos lo que ya sucedió, pues puede lamentarse, pero no rehacerse.
El trabajo y el placer, dos cosas esencialmente distintas, están unidas íntimamente por un lazo natural.
Nada se clava más hondo que la pérdida de dinero.
La guerra es justa para aquellos a quienes es necesaria, y son sagradas las armas de aquellos a quienes no queda otra esperanza.
Para un buen general, la muerte no tiene importancia.