Frases célebres de Yukio Mishima

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Frases célebres de Yukio Mishima

Las emociones, en efecto, no siguen un orden fijo. Antes bien, y al igual que las partículas del éter, prefieren revolotear con libertad y flotar eternamente trémulas y cambiantes.

¿Queréis tanto a la vida como para sacrificar la existencia del espíritu?

Amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo.

Una promesa es un concepto vago hasta el momento en que entra en juego el concepto de lealtad.

La esencia de la acción es transgredir con una energía irracional el límite en el que está fijado la racionalidad.

La debilidad que mi corazón sentía por la Muerte, la Noche y la Sangre era innegable.

Cuando uno se convence de que, al enamorarse, resulta tremendamente vulnerable, la idea de haber vivido hasta entonces desconocedor de esta verdad le hace estremecerse. Por esta razón, el amor vuelve virtuosas a ciertas personas.

Sin duda es mucho más fácil atacar que defenderse.

Las buenas maneras no presuponen la obediencia a la voluntad ajena.

La vida es un baile en un cráter de un volcán que en algún momento hará erupción.

Cualquier hombre, por fascinante que pueda ser, acaba por convertirse en ridículo a causa de su deseo sexual.

La acción más pura y esencial logra retratar los valores de la vida y las cuestiones eternas de la humanidad con una profundidad mucho mayor que un esfuerzo humilde y constante.

La belleza de la ciudad era, ni más ni menos, la belleza de sus heridas.

La belleza viril se ve exaltada justamente por el autocontrol y por la aceptación de las normas de comportamiento.

Mi necesidad de transformar la realidad era una necesidad urgente, tan importante como las tres comidas diarias o dormir.

Siempre me pregunto por qué no soy como los demás. ¿Por qué no experimentan, como me sucede a mí, esa clara separación entre el deseo carnal y el espíritu?

Cuando se reflexiona en exceso, a menudo se acaba por actuar con torpeza.

Hay días en los que uno tiene la impresión de que los hombres viven como ratas y no siente el menor deseo de parecerse a ellos.

En mi profesión existe una gran contradicción, que consiste en tratar racionalmente lo absolutamente indefinible e impalpable: la mente humana.

¿Por qué motivo estamos todos cargados con la obligación extraña de destruir todo, de cambiar todo, de confiar todo a las circunstancias?

Nada había que pudiera satisfacer mis anormales deseos, ni siquiera de la más leve forma posible.

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