Lo tenemos todo y no somos felices, ¿por qué?

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Si observamos con atención, podemos darnos cuenta que lo tenemos todo para ser felices pero no lo somos. Seamos sinceros y miremos a nuestro al rededor, la mayoría de nosotros tenemos una casa, comida, ropa, etc. Es decir, tenemos lo indispensable para construir una felicidad sostenible pero aun así nos sentimos vacíos. Nos da la sensación de que siempre nos falta algo y comenzamos a proyectarnos en el futuro. «Cuando tenga mi propia casa seré feliz», «cuando me compre el coche nuevo seré feliz», «cuando acabe la carrera seré feliz». Sin embargo, una vez que conseguimos todo lo que queremos… seguimos sin ser felices. ¿Qué ocurre?

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Lo tenemos todo pero nos adaptamos: adaptación hedonista

Nuestro coche tiene muchos años y le hemos echado el ojo a uno que nos gusta mucho. Nos visualizamos con él, montándonos, tocándolo, oliendo a nuevo y haciendo un viaje de largo recorrido. Nos invade una sensación de bienestar y felicidad que nos hace querer aun más el vehículo. Hemos ahorrado y llega el gran día: nos lo compramos. Durante los primeros meses, cada vez que cogemos el coche nos parece estar viviendo un sueño. Tenemos la sensación de que ya lo tenemos todo para sentirnos bien. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo esa «felicidad» que sentíamos va disminuyendo hasta desaparecer.

¿Qué es la adaptación hedonista? Se trata del hecho de que cuando algo que nos produce placer se convierte en algo habitual, deja de producirnos ese placer. En un contexto de condicionamiento y aprendizaje se llamaría «proceso de habituación», esto es, cuando un estímulo se repite en el tiempo, la respuesta es cada vez menos intensa. Si una canción nos gusta mucho y nos emociona, al escucharla muchas veces puede no solo dejar de emocionarnos, sino podemos llegar a aborrecerla. Así pues, a través de la adaptación hedonista, aquello que hemos alcanzando deja de producirnos felicidad debido a que se convierte en algo habitual.

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Falacia de la llegada

Nos pasamos media vida esperando a que llegue algo nuevo para ser feliz. «Cuando tenga mi propia casa seré feliz», nos podemos decir. Pero cuando tenemos nuestra propia casa empiezan nuevos quebraderos de cabeza: hipoteca, luz, agua, seguro del hogar, etc. «Cuando me compre el nuevo móvil seré feliz», pero a los dos meses ya nos hemos acostumbrado (adaptación hedonista) y no nos causa felicidad. La falacia de la llegada consiste en creer que cuando logremos algo que deseamos mucho seremos felices. Nos imaginamos con un objetivo alcanzado y con una vida feliz. Nos imaginamos en una vida en la que lo tenemos todo, pero cuando nos acercamos a esa meta seguimos sin ser felices.

En este punto existe clave resaltar que depositamos demasiadas expectativas en algo externo. Lo sobrevaloramos hasta el punto de creernos que nos hará felices durante mucho tiempo, lo que se conoce como sesgo de durabilidad. Y, al mismo tiempo, se produce una predicción afectiva, que consiste en exagerar el nivel de felicidad que nos puede provocar alcanzar una meta. «Cuando tenga el coche nuevo iré feliz al trabajo». Nos imaginamos yendo a trabajar tan felices que hasta pensamos que sobrellevaremos mejor la jornada laboral. Idealizamos nuestra vida una vez alcanzada determinada meta.

En este apartado, podemos observar que en la falacia de la llegada no solo depositamos nuestra felicidad en algo futuro, sino que también influyen dos factores: la predicción afectiva y el sesgo de durabilidad. Es decir, sobrevaloramos la capacidad de un objetivo de hacernos felices y extendemos esa felicidad de forma desmesurada en el tiempo. Así pues, ¿qué podemos hacer para que no caer en estas trampas de la mente y aumentar nuestro niveles de felicidad real?

3 Formas de aumentar nuestra felicidad

1. Gratitud

La gratitud es un proceso psicológico que nos ayudará a aumentar nuestros niveles de felicidad. Damos por hechas muchas cosas y por eso no las apreciamos. Un buen ejercicio es agradecer cada día de forma interna tener la cama en la que hemos dormido, el desayuno que hemos tomado, tener un coche o un medio de transporte que nos lleve al trabajo, tener comida al medio día y cena de noche… Cuando comenzamos a agradecer lo que tenemos, nuestra relación con el exterior empieza a cambiar. Nuestras aspiraciones de poseer algo externo para ser más felices se vuelven más realistas.

Algunas personas pueden relacionar la gratitud interna con un aspecto religioso, sin embargo, nada más lejos de la realidad. En algunas religiones también se practica, pero se trata de una técnica psicológica que aporta grandes beneficios. Como señala Martínez (2006) «la gratitud junto con las cualidades de poder apreciar, percibir y saborear las experiencias de la vida se consideran factores determinantes para el bienestar de las personas». Por otro lado, Emmons y McCullough (2003) afirman que el agradecimiento «es una estrategia de adaptación psicológica por la cual se interpretan las experiencias cotidianas de forma positiva«.

2. Expectativas reales

Cuando depositamos tantas expectativas en la felicidad que nos puede proporcionar algo externo corremos el riesgo de caer en la falacia de la llegada. Sin embargo, no es algo tan negativo como parece si sabemos encontrar el equilibrio. ¿Esto qué significa? La falacia de la llegada puede ayudarnos a lograr nuestro objetivo a través de la motivación. Pero aquí hemos de ser muy realistas y saber que por muy grande que pueda ser un logro no es sinónimo de felicidad. Y, por descontado, tampoco nos dará una felicidad duradera.

3. Más hacer y menos pensar

Un experimento llevado a cabo por el doctor en psicología Jamie Gruman (2018) y publicado en el artículo If you want to be happy, don’t think about it too much (Si quieres ser feliz, no lo pienses demasiado , comprobó que la gente que pensaba en cómo ser feliz reportaba más niveles de ansiedad y depresión que aquellos que dedicaban más tiempo a actividades gratificantes.

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Es decir, en vez de pensar tanto en cómo ser feliz, ¡vamos a ello! No pensemos tanto en hacer una actividad como, por ejemplo, el senderismo, ¡hagámosla! Si somos sinceros, podemos reconocer que nos pasamos más tiempo pensando en los «debería hacer…», que en hacerlo. ¿Cuántos deberíamos hacer deporte? ¿Cuántos deberíamos meditar? Y un largo etcétera de cosas que deberíamos hacer pero solo se quedan en un pensamiento. Sabemos que lo tenemos todo, sabemos que podemos hacer un sinfín de actividades que nos pueden llenar, pero pensamos más en ellas que en hacerlas.

Es importante destacar que en estos «debería» no se trata tanto de llegar a una meta sino de disfrutar e implicarnos en el camino. Si queremos tener un musculoso a base de gimnasio, la recomendación es disfrutar del deporte y saber si un día conseguimos el cuerpo que queremos no nos garantizará la felicidad. Por lo que es fundamental no depositar las expectativas de nuestra felicidad en el resultado, sino en el proceso, en disfrutar del presente.

Lo tenemos todo, ¡apreciémoslo!

Después de leer el artículo, el lector podrá caer en la cuenta de que lo tenemos todo para tener una base sólida de felicidad. Sin embargo, nuestra creencia de que la felicidad está por llegar es una falsa creencia que nos lleva pensar que un día la alcanzaremos. De esta forma, perdemos de vista tanto lo que somos como lo que tenemos y aplazamos nuestro bienestar. Por ello, es fundamental vivir en el presente, sin lamentarnos del pasado ni depositar expectativas desmesuradas en el futuro.

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