Percibimos el mundo de acuerdo a lo que somos

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Cada ser humano vive experiencias particulares que moldean su personalidad y le otorgan una lectura propia de la vida, lo cual genera que existan diversas interpretaciones sobre el mismo mundo. Es evidente que se presenta unanimidad, especialmente cuando hablamos de hechos científicos comprobados, por ejemplo, que el agua hierve entre noventa (90) y cien (100) grados centígrados, que somos un conjunto de moléculas, o que la tierra es redonda. No obstante, aunque sean verdades establecidas, pueden existir personas que lo asuman conforme a su “verdad”; para una persona ciega o un niño, la sensación es que la tierra es plana, incluso para muchos adultos; ya que la curvatura de la tierra es imperceptible para la mayoría de seres.

El efecto observador

Una persona de por si es un mundo y pese a que existen afinidades, semejanzas, o ideas comunes, como, por ejemplo: el género, la profesión, la cultura, la religión, el idioma, etc., temas que nos unen; sin embargo, cierto es que cada uno asume e interpreta la vida de acuerdo a su realidad interior, esto es lo que algunos denominan: el efecto observador. Es un concepto de la física cuántica que significa que según se observe un fenómeno este sufre un comportamiento, o sea que es el observador el que condiciona lo observado. La realidad resulta ser construida por el sujeto.

Las experiencias que vivimos vienen dadas por la herencia, el carácter personal y el ambiente en que nos desarrollamos. Estos factores determinan que cada persona actúe, piense y perciba de forma particular la vida.

Las diversas interpretaciones ocasionan dificultades en la comunicación; cantidades de veces al expresar una idea u opinión nos encontramos con que el interlocutor entiende algo diferente y quizás opuesto a lo que queremos decir. Y por más que nos esforzamos en hacerle entender, este continúa con su interpretación. Una muestra más general la tenemos en las religiones; existen textos sagrados que establecen “la verdad”, no obstante, surgen diversas interpretaciones que derivan en cantidades de conglomeraciones de una misma religión.

Tener la razón

El ser humano en su afán de convivencia ha establecido ciertas normas, leyes o mandamientos universales que nos llevan a solventar las vicisitudes propias de la diversidad. Sin embargo, la interpretación lleva a desacuerdos, luchas y quizás a guerras; cuando cada lado busca tener la razón e imponer su poder.

Cuando se sufre de una obsesión por tener la razón, se quiere convencer, se arguye, se discute, manipula e impone, si es necesario. La persona se niega a escuchar y procurar comprender a los demás. Entonces, si el otro o los demás hacen lo mismo, es aquí donde nace el conflicto. En un conflicto por tener la razón es común que cada uno se posicione radicalmente y se vuelva sordo e impida que el interlocutor se exprese.

Aceptar que cada persona es un mundo e interpreta conforme es su interior, nos proporcionará un nivel de comprensión, que, aunque persevere el desacuerdo, como mínimo, mantendremos un grado de respeto por lo que el otro piensa, dice, hace o escribe. Nos permitirá oír y quizás “ponernos en los zapatos del otro”. Siendo todo lo mencionado, virtudes fundamentales para la sana convivencia.

Para empezar a encontrar pactos o acuerdos es conveniente practicar una escucha activa, es decir, digerir las palabras y la expresión no verbal del interlocutor, concentrándonos tanto en el otro, que lleguemos a conectar con su sentir; recreándonos en sus expresiones como si fueran propias. Esto requiere ejercitarse para adquirir el hábito, pero una vez establecido surgirá de forma automática. Este es el principio de una comunicación asertiva.

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