El secreto de la felicidad

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Filosofía y la búsqueda de la felicidad

La felicidad, por tanto, ha sido asumida por la filosofía como uno de sus mayores intereses del saber desde los primeros filósofos, como Aristóteles que definió la felicidad en su libro titulado “Ética a Nicómaco” como un estado dependiendo de nosotros mismos a través de la práctica continua de la virtud. Concretamente con estas frases:

Si la felicidad no nos la envían exclusivamente los dioses, sino que la obtenemos por la práctica de la virtud, mediante un largo aprendizaje o una lucha constante, no por eso deja de ser una de las cosas más divinas de nuestro mundo, puesto que el precio y término de la virtud es evidentemente una cosa excelente y divina y una verdadera felicidad. Y añade, que la felicidad es en cierta manera accesible a todos, porque no hay persona a quien no sea posible alcanzar la felicidad, mediante el conocimiento de los debidos hábitos.

A ser virtuoso, pues, se aprende con la práctica de buenos hábitos, con formación en esos hábitos y con experiencia y tiempo para desarrollarlos.

Hábitos, necesidades y felicidad

Abraham Maslow, uno de los precursores de la actual psicología positiva, escalonó esos hábitos partiendo desde nuestras necesidades vitales más básicas hasta las más complejas, siguiendo una secuencia y progresión de desarrollo de hábitos virtuosos en los que  los ámbitos personales de actuación han de comenzar por la optimización en nuestras necesidades básicas que constituyen necesidades fisiológicas, mediante la mejora de nuestros hábitos básicos de vida o estilo vital, como son la práctica habitual de ejercicio físico y una buena calidad del descanso y del sueño reparador.

Una vez mejorada esta faceta mediante la instauración y desarrollo de hábitos saludables, podemos actuar en un segundo nivel donde la propuesta de mejora resiliente se sitúa en el ámbito de las necesidades de seguridad vital en cuanto a hacer nuestra vida convenientemente ordenada sin excesivos factores de riesgos personal o familiar.

 

En un tercer nivel, de intervención situaremos la promoción de hábitos resilientes en el ámbito de las necesidades de pertenencia y afiliación social que tenemos las personas para ser reconocidos positivamente por los que nos rodean y sentirnos integrados en redes y grupos sociales mediante el desarrollo de hábitos sociables y comunicativos.

Una vez aseguradas las necesidades anteriores, las mejoras resilientes atenderán las necesidades de valoración, respeto y reconocimiento tanto por parte de los demás como hacia nosotros mismos.

Y finalmente, una vez asegurado un mínimo vital de las necesidades humanas anteriores, estaremos en condición de aspirar a una beneficiosa autorrealización, dando sentido y propósito a nuestras vidas y facilitando así esa nueva felicidad a la que nos reta la sociedad actual.

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